Suele citarse al heraldista Avilés para señalar que en este blasón no debe haber nada superfluo, que nada de lo representado debe de carecer de significado; y en él vemos: un emblema circular delimitado por una guirnalda de hojas, la mitad izquierda de roble y la mitad derecha de laurel, rematada por una corona, y, en el interior, un compás abierto sobre una rosa.
La corona que ciñe la composición, en lo más alto, representa la superación, es el signo visible de un logro, en nuestro caso el aprendizaje de la arquitectura, y de su cumplimiento perfecto y definitivo, como se corona el peón que llega al final del tablero y se convierte en dama. Ser coronado es signo de la dignidad y el honor que debe acompañar a la profesión de arquitecto, en cuyo propio ejercicio radica su principal recompensa.
Las guirnaldas, de hojas perennes, enfatizan estos méritos. El cerco de hojas de roble recuerda la dureza del proceso de adquisición de los conocimientos, la fuerza, la resistencia y la constancia, que caracterizarán ya para siempre, el linaje de la arquitectura. Las hojas de laurel premian y glorifican el éxito de una profesión liberal.
Ambas coronas contienen los dos símbolos peculiares de la arquitectura: el compás y la rosa.
Desde que el compás fuera inventado por alguno de los sobrinos de Dédalo, se muestra abierto, como alegoría de la geometría, de la arquitectura y de la equidad. Se relaciona por su forma con la letra A, signo del principio de todas las cosas, y es la representación simbólica del poder de medir, de la producción técnica y del acto de la creación. La creación se entiende filosóficamente, en un primer sentido como producción humana de algo a partir de una realidad preexistente, de tal forma que lo producido no se halle necesariamente en tal realidad: creación, en vez de plasmación o transformación. Este es el sentido que se da usualmente a la producción humana de bienes culturales y muy en particular a la producción o creación artística, en relación dialéctica con la noción de creación extrahumana.
Finalmente, la rosa, tal vez lo único que nos diferencie de otras profesiones, es una flor efímera, y bella por excelencia, que se ha utilizado frecuentemente como símbolo de la perennidad del arte frente a las glorias pasajeras del mundo. El rojo cálido de la rosa corresponde a procesos vivificadores de asimilación, actividad e intensidad, es el color de la sangre, del fuego, del sufrimiento, de la sublimación de la pasión y del amor. Una señal roja, con espinas, nos advierte que la creación arquitectónica es también cosa de los sentidos vivos y ardientes. En resumen, la rosa significa la belleza, la belleza que llueve en pétalos, la belleza que sujeta el mundo y mueve las cosas, esa misma belleza que intentamos encontrar con nuestro trabajo artístico y técnico.”